lunes, mayo 22, 2017

El lenguaje esotérico de Don Quijote de la Mancha



Muchos han sido los autores que han dedicado vida y obra con el objetivo de desentrañar los miles de misterios con los que se tejió la que llegaría a ser la obra culmen de las letras españolas. Pero hay un don Quijote del que sólo unos pocos hablan y ese es el Quijote más oculto, el hermético.

Durante los siglos XVI y XVII el pensamiento hermético estaba muy enraizado entre los hombres y mujeres más avanzados, y formaba parte del cuadro de creencias y valores, así como de su universo espiritual y mental. En muchos casos este pensamiento iba más allá de la mística y se convertía en una realidad tangible de Dios, a través de prácticas herméticas. Estas no se encontraban al alcance del vulgo, sino que se lograban mediante la dedicación y el estudio, a través de los cuales se desarrollaba un espíritu capaz de asimilar las realidades más sutiles.

La transferencia de estos conocimientos se realizaba a través de un vehículo tan poco sospechoso de herejía como era la mitología, que permitía hablar veladamente de los misterios herméticos contenidos en la religión, y que explicados de forma teológica o alquímica hubieran levantado las iras de la Inquisición. Muchos son los autores herméticos, véase el caso de Eugene Canseliet, Víctor-Émile Michelet o Eugenio Philaleteo; los hermetistas contemporáneos Emmanuel d´Hooghvorst, Dominique Aubier y Ruth Reichelberg, quienes consideran que en el Quijote hay un lenguaje oculto conservado hasta la actualidad por el hermetismo en sus diversas formas, como la cábala y la alquimia.

LA CABALLERÍA, EL MÁS NOBLE DE LOS OFICIOS

Dice "El Zohar", el texto más importante de la Cabalá, que: "La Escritura sólo revela sus misterios a sus amantes. Los no iniciados pasan por su lado sin ver nada, pero se digna a mostrarse por un breve instante a quienes tienen dirigidas sus miradas, el corazón y el alma hacia la bien amada Escritura".

El caballero sabe y el vulgo no, aunque don Quijote puntualiza que el vulgo no es solamente el pueblo bajo: "Todo aquel que no sabe, aunque sea señor y príncipe, puede y debe entrar en número de vulgo".

Los libros de caballerías comenzaron a ver la luz en Europa en la época medieval y no es hasta el siglo XIV cuando ven la luz en España. "Amadis de Gaula", "Tirant lo Blanc" o "Historia del caballero de Dios", son tres de las grandes obras que se publicaron en España. Todas ellas, desde sus inicios europeos, tienen una misma finalidad: elevar la misión guerrera del caballero a categoría divina. Las pruebas que se presentan al protagonista de estas historias son una representación de los obstáculos que en la tierra se le presentan a los seres humanos para llegar a su objetivo primordial en esta vida, que es la de la unión mística con Dios, triunfo final del caballero.

La caballería de esta manera no puede ser una teoría, se convierte en una ciencia práctica, experimental y no especulativa. Lo dice en varias ocasiones el caballero don Quijote: "grandes e inauditas cosas ven los que profesan la orden de la andante caballería, pues esta arte y ejercicio excede a todas aquellas y aquellos que los hombres inventaron". En otra parte dirá nuestro héroe que los religiosos "piden al cielo el bien de la tierra", (son, por tanto, especulativos), mientras que "los soldados y caballeros ponemos en ejecución lo que ellos piden...".

Este punto es fundamental desde el punto de vista hermético, puesto que sin praxis no puede haber profecía: quien no conoce todo el misterio, posee a Dios sólo en espíritu, pero no en espíritu y cuerpo. El caballero ejerce a través de la valentía y la fuerza de la voluntad los designios de Dios y por Él está inspirado.

EL ARTE DE VER DETRÁS DE LA REALIDAD

Los encantamientos a los que se refiere don Quijote, provocados por sus "enemigos", dispuestos a todo para que el caballero andante no cumpla su misión, reflejan la lectura oculta de lo que por su apariencia no puede ver el profano, es el velo de Isis. Cuando Dulcinea aparece a los ojos de Sancho como una vulgar campesina, de olor nauseabundo, de maneras burdas, don Quijote asevera que esa es la presencia que le han dado sus enemigos hechiceros para desvirtuarla.

Los castillos, las ventas y quienes las habitan están hechizados, el mundo entero y la humanidad han caído bajo el poder del Príncipe de este mundo, el gran encantador. Encanto es una palabra muy usada en el Quijote, procede del latín `incanto' que, desde el siglo XIII, tiene el sentido de hechizar; está compuesto de la partícula privativa in y canto, es decir, sin el canto, sin sonido, mudo, sin voz.

La ciencia de la caballería tiene por misión desencantar y restaurar la humanidad, devolviendo a la creación su pureza prístina. Es la ciencia que desencanta el mundo y, al despertar la vida encantada que duerme en cada uno de nosotros, le devuelve la voz. Y esto es posible gracias al "arte y ejercicio" de la caballería, cuya ciencia "encierra en sí todas o las más ciencias del mundo", según nos dice don Quijote.

AMANTE Y PROFETA

El personaje de la enamorada, en el caso de don Quijote Dulcinea, es consustancial en las obras de caballería y pasa a tener un papel fundamental en este oficio, ya que el objeto de amor de los caballeros es su Dama y no los amores vulgares. Por lo tanto, a los caballeros les conviene, según don Quijote, las "cuatro eses que dicen han de tener los buenos enamorados": sabio, solo, solícito y secreto.

Otro de los aspectos fundamentales a la profesión de la caballería es que el que lo ejerza debe tener la virtud del profeta y en este sentido don Quijote posee el rasgo común a ellos y es que el mundo lo toma por loco, puesto que predica lo increíble y habla sólo de la verdad. Como dijo Platón: "los bienes más grandes nos vienen por la locura, que sin duda nos es concedida por un don divino. (...) Es más hermosa la locura que procede de la divinidad, que la cordura que tiene su origen en los hombres".

SANCHO PANZA, EL PERSONAJE CARNAL.

En el caso del buen escudero Sancho Panza, éste no monta un rocín como su amo sino un asno, más propio de su condición. Puede decirse que Sancho aún no ha sido creado, aún no cuenta para la vida futura, por eso duerme mientras su señor vela: "Duerme tú, que naciste para dormir", le recrimina don Quijote.

"Duerme el criado, y está velando el señor, pensando cómo le ha de sustentar, mejorar y hacer mercedes. La congoja de ver que el cielo se hace de bronce sin acudir a la tierra con el conveniente rocío no aflige al criado, sino al señor..." (Don Quijote).

Ante el espeso sopor del criado, corresponde al caballero librar todas las batallas, de ahí que su dormir sea "siempre velar" (Don Quijote). El escudero es consciente del estado en que se encuentran los que, como él, están dormidos en este mundo, y dice: "Sólo una cosa tiene mala el sueño, según he oído decir, y es que de un dormido a un muerto hay muy poca diferencia".

Su señor ha de batallar, pues, para hacer realidad lo que se dice en Efesios, 5, 14: "Despierta tú, que duermes". Don Quijote es el caballero andante, y a Sancho le califica como el "mal andante escudero". Anda errante porque ha perdido la memoria, ya no recuerda quién es, ni cuál es su verdadera patria.  Pertenece a la raza perdida de los lotófagos homéricos, pueblo de este mundo que se alimenta de las flores del olvido (Odisea, IX, 83).

De dos partes está formado el ser humano, la espiritual y la carnal, de quien Sancho resulta el paradigma en todo lo malo, pero también para todo lo bueno. Don Quijote y Sancho proceden del mismo lugar y siempre han de ir juntos: son, en definitiva, las dos partes que forman el ser humano. Aunque sólo el hombre espiritual participará del Siglo de Oro, hay algo en Sancho que, metamorfoseado, formará parte del mundo futuro, y ese algo justifica que todo caballero necesite un escudero.

Al final de la novela, Cervantes encarna a Dulcinea del Toboso a través de su pluma: "Para mí sola nació don Quijote, y yo para él; él supo obrar y yo escribir; sólo los dos somos para en uno" . Cervantes se reunirá con Dulcinea, la que fue su pluma celeste, la Musa inspiradora de su obra, el don de la Torah que se encarnó en el hombre para unir cielo y tierra y cumplir el misterio de la Unidad; el círculo se ha cerrado, ya no volverá a estar separado lo que Dios unió al principio.

Dostoieski dijo de "Don Quijote de la Mancha" que era "el libro más triste de todos". Ha habido autores, con otras miras que han opinado del caballero andante desde que es un adelantado de la revolución liberal, hasta un antisemita defensor de la pureza de sangre y de la Inquisición. Algunos han escrito que es la obra de un librepensador, y ciertos masones han querido ver encarnado en el personaje el espíritu de la masonería.

Pero entre tantas opiniones que se han vertido y que nunca dejarán de realizarse sobre esta joya literaria, hay una que sobresale, y es la de José Ortega y Gasset. El filósofo español dejó escrito que "no debemos juzgar las obras sino amarlas" y que Cervantes aún espera "que le nazca un nieto capaz de entenderle".

Isabel Martínez Pita
EFE-REPORTAJES


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