Las emociones son una parte intrínseca de nosotros mismos. Dejemos de verlas como un enemigo incontrolable y comencemos a percibirlas cómo una valiosa guía A lo largo de nuestra vida muchas veces nos hemos encontrado en situaciones que nos han hecho pensar: “quiero dejar de sentirme así” o “no sé porqué he actuado de esta manera”. A pesar de que las emociones son la parte más primitiva y natural de todos nosotros, en ocasiones nos resultan tremendamente confusas e incontrolables. Aprender a manejar las emociones es un proceso, al final del cual te encuentras contigo mismo.
Cuando no tenemos dominio sobre nuestras emociones, estas lo tienen sobre nosotros. En ese momento hemos soltado las riendas y nos encontramos a la deriva ante lo que nuestros estados internos dictan. Pero, en contra de lo que suele ser nuestro instinto natural, manejar las emociones no significa reprimirlas. Significa conocerlas, comprenderlas y aceptarlas de forma tan profunda que podamos fluir en su presencia.
Cómo manejar las emociones de manera eficaz
Por lo general las personas no tenemos una idea clara de cómo relacionarnos con nuestras emociones. La mayor parte del tiempo simplemente caemos presas de su intensidad, sintiendo algo que nos incomoda y desagrada y actuando de formas que, fríamente, no escogeríamos.
Por otra parte, en algunos momentos tratamos de obtener el control pero lo hacemos siguiendo estrategias poco adecuadas. Tendemos a reprimir el sentimiento, a ignorarlo, a negarlo o a forzarnos a hacerlo desaparecer. Irónicamente cuando tratamos de huir de una emoción, esta encuentra el camino para manifestar con mucha mayor fuerza.
Finalmente terminamos frustrados por nuestros infructuosos intentos. La realidad es que la clave para manejar una emoción no es rodearla sino atravesarla. Para desprendernos de la tristeza hemos de sentirla, darle espacio, escucharla. Para librarnos del miedo hemos de hacerle frente. Si queremos terminar con la ira hemos de encontrar una manera de canalizarla.
¿Qué estoy sintiendo?
Sin duda, el primer paso de este proceso consiste en saber definir claramente qué estamos sintiendo. Contar con un amplio vocabulario emocional es esencial, pues nos permite ponerle nombre a lo que nos sucede. Muchas veces no somos capaces de expresar nuestro sentir más allá de un “estoy bien” o “estoy mal”. Con tan escasa precisión es difícil saber cómo actuar.
Entonces, en primer lugar, ampliemos nuestro repertorio de términos emocionales. Podemos comenzar por tratar de identificar las emociones básicas: alegría, sorpresa, miedo, tristeza, asco, ira. Pero esto no es suficiente, necesitamos incorporar a nuestra mente un concepto claro de emociones más complejas y elaboradas como la decepción, la frustración, la culpa o la vergüenza.
Esto nos ayudará, en primer lugar, a descubrir la realidad de nuestro sentir y su origen. Pero, además, nos guiará hacia una actuación específica y adecuada. Los pasos a seguir cuando se siente decepción son distintos que cuando experimentamos frustración. Si no somos capaces de diferenciarlas podemos caer en el error de tratar de solucionarlas del modo que no corresponde.
Acepto y tomo el control
Una vez identificada la emoción, el siguiente paso consiste en aceptar su presencia. Esto no significa no tratar de negar ni de huir de lo que sentimos. Es necesario dar tiempo y espacio a nuestros sentimientos para que, simplemente, sean. Permitirnos sentir en plenitud ayuda a reducir la intensidad de la emoción: cuando llegue, déjala estar y se marchará. Pero, además, esto nos proporciona la oportunidad de reflexionar que mensaje nos trae esa emoción.
Tal vez nos esté alertando de que estamos actuando en contra de nuestros principios, de que tenemos expectativas insanas y poco realistas o de que otra persona nos está faltando al respeto. Entender el mensaje es primordial para tomar acción en la dirección adecuada. A partir de aquí podremos modificar nuestra actitud, nuestros pensamientos o pedir asertivamente a otros que modifiquen su conducta.
Así comenzaremos a ver las emociones cómo lo que realmente son: una brújula, una guía que nos indica que algo importante está ocurriendo y qué debemos tomar cartas en el asunto. No obstante, nuestra respuesta ha de provenir siempre de un estado de calma. Es necesario que se produzca ese espacio de reflexión previa.
Esto resulta verdaderamente importante puesto que, sin ello, estaremos reaccionando, no actuando. Al reaccionar abandonas el poder sobre ti mismo y se lo cedes a las circunstancias. En cambio, al actuar, decides deliberadamente qué camino vas a seguir y hacia dónde te dirige.
Elena Sanz
Máster en Psicología Clínica y de la Salud