viernes, abril 19, 2019

Ámense unos a otros como yo los he amado


Así como el Padre me ha amado, así os he amado yo. Vivid en mi amor aun como yo vivo en el amor del Padre. Si hacéis como yo os he enseñado, permaneceréis en mi amor así como yo he cumplido con la palabra del Padre y por siempre permanezco en su amor». El Padre me envió a este mundo, pero tan sólo pocos de vosotros habéis elegido plenamente recibirme. Yo derramaré mi espíritu sobre toda la carne, pero no todos los hombres elegirán recibir como guía y consejero del alma a este nuevo maestro. Pero todos los que lo reciban serán esclarecidos, limpiados y consolados. Y este Espíritu de la Verdad se convertirá en ellos en un manantial de agua viva que mana a la vida eterna.

Ahora que ya pronto os dejaré, quiero decir palabras de consuelo. Dejo la paz con vosotros; mi paz os doy. Estos dones otorgo, no como los otorga el mundo —por medida— sino que a cada uno de vosotros otorgo todo lo que cada uno quiera recibir. Que no se atribule vuestro corazón, y no os dejéis dominar por el temor. Yo he superado el mundo, y en mí triunfaréis todos por la fe.

Pilato le preguntó: «¿De dónde vienes? Realmente, ¿quién eres tú? ¿Qué es esto que dicen ellos, que tú eres el Hijo de Dios? ¿No te das cuenta que aún tengo autoridad para soltarte o crucificarte? Entonces dijo Jesús: Ninguna autoridad tendrías tú sobre mí si no fuese dada de arriba. No puedes ejercer autoridad alguna sobre el Hijo del Hombre a menos que el Padre en el cielo lo permita.

Poco después de la una, en medio de las tinieblas en aumento por la tormenta de arena, Jesús comenzó a perder su conciencia humana. Sólo los que estaban cerca lograron captar algunas palabras, «Alcanzará tu mano a todos mis enemigos», y «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?» Jesús no tuvo en ningún momento la menor duda de que había vivido de acuerdo con la voluntad del Padre; y nunca dudó que en ese momento él estaba ofreciendo su vida en la carne, de acuerdo con la voluntad del Padre.

El no creía que el Padre le había desamparado o abandonado; estaba meramente recitando muchas escrituras en el momento de perder la conciencia, entre éstas este salmo veintidós, que comienza con «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?» Y ocurrió que ésta fue una de las tres estrofas dichas con claridad suficiente como para que las oyeran los que estaban cerca.

Era poco antes de las tres cuando Jesús clamó a gran voz: «¡Consumado es! Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu». Después de hablar así, bajó la cabeza y abandonó la lucha por la vida. La muerte en la cruz no fue para reconciliar al hombre con Dios sino para estimular al hombre a la comprensión del amor eterno del Padre y de la misericordia sin fin de su Hijo, y para difundir estas verdades universales a todo un universo. Dios no es una hipótesis formulada para unificar los conceptos humanos de verdad, belleza y bondad; él es la personalidad del amor del cual derivan todas las manifestaciones en el universo.

Muchos de los sistemas religiosos del hombre vienen de las formulaciones del intelecto humano, pero la conciencia de Dios no es parte de estos sistemas esclavitud religiosa.  La verdadera adoración religiosa no es un fútil monólogo de autodecepción. La adoración es comunión personal con lo que es divinamente real, con lo que es la fuente misma de la realidad. El hombre aspira a adorar para ser mejor, y de este modo por fin alcanza lo óptimo.

Si la mente de un hombre está sincera y espiritualmente motivada, si tal alma humana desea conocer a Dios y hacerse como él, si honestamente desea hacer la voluntad del Padre, no hay influencia negativa alguna de carencia mortal ni fuerza positiva de posible interferencia que pueda prevenir la ascensión certera de dicha alma divinamente motivada, hasta las puertas del Paraíso.

 El libro de Urantia



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