viernes, junio 30, 2017

La Palabra misma tiene un lado oculto


"Las grandes palabras se utilizan con bajos fines, las pequeñas palabras se utilizan con fines elevados. Las grandes palabras son de uso corriente, las pequeñas palabras tienen una utilización estratégica" (Lao Tse) 

 En el Génesis se cuenta cómo al ver Yahvéh la Torre de Babel, que los humanos habían construido para que su cúspide llegara hasta el cielo, se dijo: "Ahora nada de cuanto se propongan les será imposible. Ea, pues, bajemos y una vez allí confundamos su lenguaje, de modo que no entienda cada cual el de su prójimo" (Génesis, 11, 6-7).


El lado oculto de las palabras

La tradición popular atribuye a este relato bíblico el origen de las diversas lenguas. Pero su alegoría resume magistralmente la naturaleza múltiple de la palabra. Por medio de ella, somos capaces de crear o destruir, embelesar o envenenar, herir o curar. Con las palabras ocultamos nuestros pensamientos vergonzantes o expresamos nuestras emociones más sublimes.

Las palabras son las mallas de la red en la que quedan atrapados nuestros recuerdos individuales y nuestra historia colectiva. Constituyen los ladrillos con los que se han construido las grandes obras de la literatura universal, que nos han hecho llorar y reír, apasionarnos y soñar, por hacerse eco de la misma vida con sus gozos y sus sombras, sus miserias y toda su grandeza. Como afirmó Lao Tse hace más de 2.500 años, "las grandes verdades se expresan con palabras sencillas y las grandes palabras generalizan la mentira". Detrás de las palabras se esconden la intención o el vacío, los tópicos más frívolos o las más elevadas comprensiones.

Hoy día las palabras nos invaden. Las pronunciadas y las escritas, las dichas y las que, apenas sugeridas, quedan flotando en el aire. Nuestro ruido mental es sobreestimulado y sale de nuevo afuera para engrosar el universo de estereotipos con los que nos defendemos.  Es entonces cuando el silencio se convierte en un bien tan preciado como el agua pura de manantial o el aire no contaminado y cuando, cual bocanada de aire fresco, nos llega la frase escrita en la puerta de algunos monasterios: "¿Por qué romper el silencio si no es para mejorarlo?". 

 Las realidades fabricadas

Los medios de comunicación sirven de filtros protectores contra el dolor ajeno. Las tragedias y los sufrimientos de los demás, como esquelas amortiguadas por el tiempo. O en tecnicolor entre película y película de Holliwood. Apenas intentamos empezar a digerir una noticia, otra viene a borrarla ocupando de nuevo el espacio de los sentidos y del corazón. Lo que sucede muere irremediablemente ante nuestra impotencia para cambiar su curso. Las reseñas de lo acontecido reviven mediante palabras lo que fue y ya no es.

Enmascarar las palabras es una técnica que ha llegado a una extrema sofisticación en el ámbito político. Tal vez, porque uno de los objetivos principales de partidos y Gobiernos sea conseguir convencer al máximo de votantes mediante la persuasión. Lejos queda ésta del concepto que de ella tenía Platón como la capacidad para "conducir el alma por la vía de la verdad". Las promesas vagas se convierten en eslóganes; la apelación a los sentimientos primarios se refuerza con tópicos; los datos se combinan o se sacan de contexto, convirtiéndose en titulares noticiables. En esta especie de mercadillo, el mejor "voceador" obtiene la mayor clientela. Al final, ¡la última palabra la tienen las palabras portadoras de mensajes eficaces!

Pero tal vez, una de las técnicas más utilizadas por todos los Gobiernos del mundo sea el eufemismo, que "suaviza" la realidad: detrás de una limpieza de calles policial puede esconderse un número indeterminado de detenciones ilegales o una brutal redada; cuando un Ejército se felicita por haber alcanzado su objetivo puede que quiera decir que bombardeó un campo de refugiados, y si ha obtenido el control de la zona tal vez esté omitiendo informar que se han desplazado a miles de campesinos o que se ha arrasado una ciudad entera. A quien ande desprevenido sólo le quedará una leve sensación de que el orden ha sido restablecido.

 La "personalidad" de los vocablos 

 Cada palabra puede tener múltiples connotaciones según dónde y quién la emplee. A fin y al cabo sólo son representaciones simbólicas de objetos, sentimientos o conceptos abstractos. El color y el olor se lo ponen los prejuicios, la información previa y la experiencia personal.

Cada cerebro individual es un traductor simultáneo, más o menos fiel, de lo que oyen los oídos o lee la vista (o el tacto en el sistema Braille). La simple palabra "casa" sugiere imágenes muy distintas a un esquimal que viva en un iglú, a un beduino que desmonte su tienda al ritmo de las estaciones, a un campesino de un pueblo colonial o a cualquier urbanista occidental que viva en un apartamento de bloques periféricos. 

A pesar de los diccionarios y de las Academias de la Lengua, las palabras, como los virus mutantes, se transforman cada día, aparecen y desaparecen, se mezclan y cambian de significado. Una fiesta "padrísima" en México significa que es genial, divertida, que vale la pena. Una situación "madre" es, por el contrario, una situación difícil y no deseable. Así pues, las palabras no sólo tienen género, sino sexo e incluso connotaciones machistas, según las culturas. 

Tal vez sea hora de eliminar de nuestro vocabulario las frases, aparentemente inocentes, pero que puedan suponer menosprecio hacia otras culturas, pueblos o minorías. Imaginemos el asombro de cualquier extranjero si le contamos que un colega "ha hecho el indio" por asumir la defensa de sus compañeros de trabajo, ya que después de "trabajar como un chino" obligados por un  jefe que "es un negrero" que les ha "gitaneado la indemnización".

 La palabra creadora 

Se dice que más vale una imagen que mil palabras, pero una imagen capaz de transfigurar la realidad es capaz de ser evocada por un solo verso inmortal.  La poesía tiene la virtud de arrancarnos del fondo del alma los sentimientos y experiencias más sublimes, hacerlas revivir y transformarnos . Pocos como el poeta peruano César Vallejo han descrito con menos palabras el dolor profundo ante la muerte de un ser querido, que asocia a algo tan sencillo como el sentimiento de impotencia cuando se nos "quema el pan a la puerta del horno" o a los efectos devastadores de "cien caballos de Atila", en su poema que empieza: "Hay penas en el alma...!

Cuando la palabra surge del propio organismo, de la experiencia vivida o del silencio interior es capaz de mover montañas. Es de aquí de donde surgen las palabras que curan, que se transforman en bálsamo milagroso para quien sufre, por estar impregnadas de compasión compartida. Son las palabras de poder que crean realidades en armonía con la Gran Realidad. Tal vez porque pronunciar el verdadero nombre de las cosas signifique conocer su esencia íntima y poseerlas. Es así como Gedo, el protagonista de epopeya, "El mago de Terramar", podía hablar con los animales, porque conocía su verdadero nombre secreto.

Todas las antiguas Tradiciones, poseen sus palabras sagradas que contienen el origen y el fin del Universo, la esencia divina. En los Vedas, AUM (pronunciada OM) es el mantra por excelencia: la palabra de un enorme poder vibratorio, capaz de adentrarnos en el Misterio y fundirnos con el Todo. Tao es el "origen de cielo y tierra del que no se puede hablar" de la filosofía taoísta. El Evangelio de San Juan la Palabra misma es el alfa y omega, el principio y el fin:

"En el principio la Palabra existía.... Todo se hizo por ella y sin ella no se hizo nada de cuanto existe... En ella estaba la vida y la vida era la luz de los hombres".  En estos niveles es la gran revelación de la Palabra, que se encarna, fundiendo Espíritu y Materia, lo divino y lo humano.

Alfonso Colodrón

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