lunes, agosto 24, 2009

Dialogo de Platon, La inmortalidad del Alma


- Contesta, pues –prosiguió Sócrates-, ¿qué debe producirse en un cuerpo para que tenga vida?
- Un alma –contestó.
- ¿Y esto es siempre así?
- ¡Cómo no va a serlo! –dijo Cebes.
- Entonces, ¿el alma siempre trae la vida a aquello que ocupa?
- La trae, ciertamente.
- ¿Y hay algo contrario a la vida o no hay nada?
- Lo hay –contestó Cebes.
- ¿Qué?
- La muerte.
- ¿Luego el alma nunca admitirá lo contrario a lo que trae consigo, según se ha reconocido anteriormente?
- Sin duda alguna –dijo Cebes.
- Entonces qué, ¿a lo que no admitía la idea de par, qué le llamábamos hace un momento?
- Impar.
- ¿Y a lo que no admite lo justo o la cultura?
- Inculto e injusto –respondió Cebes.
- Bien. Y a lo que no admite la muerte, ¿qué le llamaremos?
- Inmortal.
- ¿Y no es cierto que el alma no admite la muerte?
- Sí.
- Luego el alma es algo inmortal.

Y no es necesario también hablar así a propósito de lo inmortal? Si lo inmortal es, así mismo, indestructible, el es imposible al alma perecer cuando la muerte marche contra ella. Pues, según lo dicho, no admitirá la muerte ni quedará muerta, de la misma manera, decíamos, que el tres ni lo impar será par, ni el fuego ni el calor que hay en él será frío.

“Pero ¿qué es lo que impide –diría alguno- el que, por más que lo impar no se haga par cuando se le acerca lo par, según se ha convenido, se convierta en cambio, una vez que deja de existir en par en lugar de lo que era?” Al que así hablara no le podríamos refutar diciendo que lo impar no perece, puesto que lo impar no es indestructible. Pues si hubiéramos reconocido eso, fácilmente le refutaríamos diciendo que cuando se aproxima lo par, tanto lo impar como el tres se retiran. Y en lo relativo al fuego, y al calor, y a las demás cosas, le refutaríamos de la misma manera. ¿No es verdad?
- Por completo.
- Luego ahora también, si convenimos con respecto a lo inmortal que es indestructible, el alma sería, además de inmortal, indestructible. Si no, sería preciso otro razonamiento.
- Pero no se necesita para nada –replicó Cebes-, por esta razón: difícilmente podría haber otra cosa que no admitiera la destrucción, si lo inmortal, que es eterno, la admitiese.
- En todo caso –repuso Sócrates-, la divinidad, la idea misma de la vida y todo lo demás que pueda ser inmortal, según creo, estarán todos de acuerdo en que no perecen nunca.
- Todos, sin duda, ¡por Zeus!, hombres y dioses –dijo Cebes-, éstos con mayor razón aún, si no me equivoco.
- Pues bien: desde el momento en que lo inmortal es incorruptible, si el alma es inmortal, ¿no sería también indestructible?
- De toda necesidad.
- Luego cuando se acerca la muerte al hombre, su parte mortal, como es natural, perece, pero la inmortal se retira sin corromperse, cediendo el puesto a aquélla.
- Es evidente.
- Entonces, con mayor motivo que nada, el alma es algo inmortal e indestructible, y nuestras almas tendrán una existencia real en el Hades.

Pues bien, amigos –prosiguió Sócrates-: Justo es pensar también en que, si el alma es inmortal, requiere cuidado no en atención a ese tiempo en que transcurre lo que llamamos vida, sino en atención a todo el tiempo. Y ahora sí que el peligro tiene las trazas de ser terrible, si alguien se descuidara de ella. Pues si la muerte fuera la liberación de todo, sería una gran suerte para los malos cuando mueren el liberarse a la vez del cuerpo y de su propia maldad juntamente con el alma. Pero desde el momento en que se muestra inmortal, no le queda otra salvación y escape de males que el hacerse lo mejor y más sensata posible. Pues vase el alma al Hades sin llevar consigo otro equipaje que su educación y crianza, cosas que, según se dice, son las que más ayudan o dañan al finado, desde el comienzo mismo de su viaje hacia allá.

Y he aquí lo que se cuenta: a cada cual, una vez muerto, le intenta llevar su propio genio, el mismo que le había tocado en vida, a cierto lugar, donde los que allí han sido reunidos han de someterse a juicio, para emprender después la marcha al Hades en compañía del guía a quien está encomendado el conducir allá a los que llegan de aquí. Y tras de haber obtenido allí lo que debían obtener y cuando han permanecido en el Hades el tiempo debido, de nuevo otro guía les conduce aquí, una vez transcurridos muchos y largos períodos de tiempo. Y no es ciertamente el camino, como dice el Telefo, de Esquilo.

Afirma éste que es simple el camino que conduce al Hades; pero el tal camino no se me muestra a mí ni simple, ni único, que en tal caso no habría necesidad de guías, pues no lo erraría nadie en ninguna dirección, por no haber más que uno. Antes bien, parece que tiene bifurcaciones y encrucijadas en gran número. Y lo digo tomando como indicios los sacrificios y los cultos de aquí.

Así, pues, el alma comedida y sensata le sigue y no desconoce su presente situación, mientras que la que tiene un vehemente apego hacia el cuerpo, como dije anteriormente, y por mucho tiempo ha sentido impulsos hacia éste y el lugar visible, tras mucho resistirse y sufrir, a duras penas y a la fuerza se deja conducir por el genio a quien se le ha encomendado esto. Y una vez que llega a donde están las demás, el alma impura y que ha cometido un crimen tal como un homicidio injusto, u otros delitos de este tipo, que son hermanos de éstos y obra de almas hermanas, a ésa la rehuye todo el mundo y se aparta de ella, y nadie quiere ser ni su compañero de camino ni su guía, sino que anda errante, sumida en la mayor indigencia hasta que pasa cierto tiempo, transcurrido el cual es llevada por la necesidad a la residencia que le corresponde.

Y, al contrario, el alma que ha pasado su vida pura y comedidamente alcanza como compañeros de viaje y guías a los dioses, y habita en el lugar que merece. Y tiene la tierra muchos lugares maravillosos, y no es, ni en su forma ni en su tamaño, tal y como piensan los que están acostumbrados a hablar sobre ella, según me ha convencido alguien

PLATON
(Fragmentos)

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