La imagen que tienes de ti mismo no es heredada o genéticamente determinada, es aprendida. El cerebro humano cuenta con un sistema de procesamiento de la información que permite almacenar un número prácticamente infinito de datos. Esa información, que hemos almacenado en la experiencia social a lo largo de nuestra vida, se guarda en la memoria de largo plazo en forma de creencias y teorías. De esta manera poseemos modelos internos de objetos, significados de palabras, situaciones, tipos de personas, actividades sociales y muchas cosas más. Este conocimiento del mundo, equivocado o no, nos permite predecir, anticipar y prepararnos para enfrentar lo que vaya a suceder. El futuro está almacenado en el pasado.
La principal fuente para crear la visión del mundo que asumes y por la que te guías surge del
contacto con personas (amigos, padres, maestros) de tu universo material y social inmediato. Y las
relaciones que estableces con el mundo circundante desarrollan en ti una idea de cómo crees que
eres. Los fracasos y éxitos, los miedos e inseguridades, las sensaciones físicas, los placeres y
disgustos, la manera de enfrentar los problemas, lo que te dicen y lo que no te dicen, los castigos y
los premios, el amor y el rechazo percibidos, todo confluye y se organiza en una imagen interna sobre
tu propia persona: tu yo o tu autoesquema. Puedes pensar que eres bello, eficiente, interesante,
inteligente y bueno, o todo lo contrario (feo, ineficiente, aburrido, bruto y malo). Cada uno de estos
calificativos es resultado de una historia previa, en la que has ido gestando una “teoría” sobre ti
mismo que dirigirá tu comportamiento futuro. Si crees que eres un perdedor, no intentarás ganar. Te
dirás: “¿Para qué intentarlo? Yo no puedo ganar” o “Esto no es para mí” o “No valgo nada”.
Una buena autoestima (quererse contundentemente a uno mismo) tiene numerosas ventajas. Sólo
para citar algunas, te permitirá:
- Incrementar las emociones positivas. Te alejarás de la ansiedad, la tristeza y la depresión, y te acercarás a la alegría y a las ganas de vivir mejor.
- Alcanzar niveles de mayor eficiencia en las tareas que emprendes. No te darás por vencido muy fácilmente, perseverarás en las metas y te sentirás competente y capaz.
- Relacionarte mejor con las personas. Te quitarás de encima el incómodo miedo al ridículo y la necesidad de aprobación, porque tú serás el principal juez de tu conducta. No es que no te interesen los demás, sino que no estarás pendiente de los aplausos y los refuerzos externos, y tomarás las críticas más objetivamente.
- Amar a tu pareja y querer a tus amigos y amigas más tranquilamente. Dependerás menos y establecerás un vínculo más equilibrado e inteligente, sin el terrible miedo de perder a los otros.
- Ser una persona más independiente y autónoma. Te sentirás más libre y segura a la hora de tomar decisiones y guiar tu vida.
- autoconcepto (qué piensas de ti mismo),
- autoimagen (cuánto te agradas),
- autorreforzamiento (cuánto te premias y te das gusto) y
- autoeficacia (cuánta confianza tienes en ti mismo).
Un amor propio saludable y bien constituido partirá de un principio fundamental: “Merezco todo
aquello que me haga crecer como persona y ser feliz”. Me-rez-co: pronunciado y degustado.
Activación del autorreconocimiento y el bienestar que lo acompaña. No importa lo que pienses: no
mereces sufrir, así que mientras puedas evitar el sufrimiento inútil e innecesario, te estarás respetado
a ti mismo. No hay felicidad completa sin autorrespeto, sin mantenerte fiel a tu propio ser y al
potencial que llevas dentro.
Walter Riso
Enamórate de ti
Walter Riso
El valor imprescindible de la autoestima
No hay comentarios:
Publicar un comentario