domingo, noviembre 04, 2018

Trastornos de personalidad que hacen daño


Son muchas las personas que han desarrollado una personlidad que les llena de emociones que en realidad les están haciendo daño. Estas son conductas mentales que hacen la vida más difícil.

Ser el centro del universo 

En la persona egocéntrica, la imaginación y el pensamiento están constantemente ocupados consigo mismo y sus intereses, por lo que es incapaz de ponerse en el lugar de otra persona, y de contemplar, desde el punto de vista del otro el aspecto que tienen las cosas y los acontecimientos que ocurren, Se consideran como el centro de todos los intereses, el centro de atención, el centro de todo o el centro del mundo, que cree que sus propias opiniones e intereses son más importantes que las de los demás.

El egocéntrico coloca sus pensamientos sobre los otros, lo que él piensa, opina, razona, cree y decide es primero y más importante que el resto, por tanto, el mundo gira alrededor de su individualidad. Esperan que los demás puedan dejarlo siempre todo para satisfacer sus necesidades. Esta tendencia llamada efecto Spotlight ha sido estudiada por expertos de la Universidad de Cornell y no solo se ha demostrado errónea, sino también perjudicial y dolorosa.

Las personas que se creen el centro del mundo tienen un niño mimado muy grande en su interior al que tienen que educar con cariño y respeto para poder cambiar. De hecho, es importante apostar por el cambio porque la consecuencia que tiene este tipo de actitud a largo plazo es que la gente se agota al relacionarse con alguien que piensa en exceso en sí mismo y muy poco en los demás.

O todo o nada

El pensamiento dicotómico podemos definirlo como la tendencia a clasificar las experiencias según dos categorías opuestas, todo o nada, bueno o malo, perfecto o inútil, no existen las gradaciones sino las polaridades. Se hacen juicios categóricos y se atribuyen significados extremos y absolutistas en lugar de tomar en cuenta diferentes dimensiones y aplicar pautas relativas. Esto crea un mundo de contrastes de blanco y negro, sin matices. En consecuencia las reacciones emocionales y conductuales de las personas oscilan de un extremo al otro. Hay una incapacidad a conformarse con la realidad como es.

Normalmente esa actitud de “todo o nada” , se oculta bajo distintos mantos, para ocultar el hecho que desean que la realidad se ajuste a su voluntad. Uno de ellos el “perfeccionismo”, la persona se autodefine como perfeccionista para justificar sus actitudes exageradas de exigencia. Otra cortina de humo es la radicalidad, esta es bastante más difícil de desenmascarar, porque la persona se tiene a sí mismo en un alto concepto porque no soporta “medias tintas”.

La vida la sienten polarizada, como si las cosas solo pudieran ser en blanco o negro. La rigidez cognitiva genera expectativas imposibles, lo que suele desembocar en consecuencias bastante decepcionantes ya que la realidad no puede ajustarse a la propia voluntad. Esto genera frustración que a su vez termina en generar tristeza. 

Procrastinar ante las decisiones importantes

Procrastinar significa posponer o aplazar tareas, deberes y responsabilidades por otras actividades que nos resultan más gratificantes pero que son irrelevantes. Es una forma de evadir, usando otras actividades como refugio para no enfrentar una responsabilidad, una acción o una decisión que debemos tomar.

Las personas procrastinan de diferentes formas, algunas llegando al extremo de hacerse adictas o dependientes de esas otras actividades externas, como, por ejemplo, ver televisión, Internet, redes sociales, celular, jugar videojuegos., ir de compras o comer compulsivamente. Por este motivo, la procrastinación llega a asociarse con un trastorno del comportamiento en el cual el sujeto relaciona en su mente aquello que debe hacer con dolor, cambio, incomodidad o estrés.

Para dejar de procrastinar, se debe cultivar la autodisciplina. La autodisciplina es la educación de la voluntad para hacer lo que debe hacer de forma constante. La lista de quehaceres y deberes y el cumplimiento de tareas simples puede ser de gran ayuda para aquellos que quieren dejar de procrastinar porque cuando la decisión pendiente es de envergadura, lo normal es que el miedo se haga cada vez mayor. Así pues, esta procrastinación termina por alimentar la ansiedad y paralizándonos.

Lamento o queja constante 

Una cosa es una queja puntual y otra muy distinta es el lamento constante. Es decir, si se convierte este malestar en un estado perenne, pierde el efecto catártico que pueda tener para convertirlo en una pesadilla capaz de provocar cambios cerebrales que te invitan a centrarce únicamente en lo negativo de cada situación. quien se queja está insatisfecho. Lo malo es que algunos eligen la queja como respuesta universal a todos sus problemas. Emplean más tiempo y energía en lamentarse, que en buscar soluciones para eso que les causa tanta insatisfacción.

Tambien la queja puede ser parte de una estrategia inconsciente de autocomplacencia. Es un recurso que utilizan quienes tienen fuertes sentimientos de culpa, y quieren probarse a sí mismos y al mundo que culpables no son. Más bien víctimas. Construyen la imagen de alguien que sufre mucho, para que los demás pasen por alto sus errores.

Lo más curioso es que las personas más desfavorecidas, o quienes han atravesado por experiencias bastante duras, generalmente no son los que se quejan. Esta actitud no tiene que ver con las calamidades con las que se tuvo que lidiar, sino más bien con una cierta fijación en el ego

Expectativas irreales

Las expectativas están presentes en nuestro día a día. Muchas veces no somos conscientes de ellas pero están ahí, acechándonos con su carga de ilusión y pretensiones. Sin embargo, ¿qué sucede cuando las expectativas se frustran, cuando la persona no se comporta como esperábamos? Lo más usual es que reaccionemos de manera negativa, nos entristecemos, desilusionamos, angustiamos o incluso nos enfadamos.

La filosofía budista hace referencia a la “mente expectante” para referirse a aquellas personas que simplemente esperan algo pero no ponen manos a la obra para lograrlo. De hecho, serían contraproducentes porque cuando no se cumplen, solo sirven para generar dolor y sufrimiento, irritación y tristeza. En realidad, las expectativas no son sino una suposición de cara al futuro, una probabilidad de que algo suceda. Es una anticipación basada en algunas pistas que hemos extraído de la realidad. 

Las expectativas no son dañinas en sí ya que nos ayudan a formarnos un cuadro de lo que podría ser el futuro y a prepararnos para este. Sin embargo, el problema radica en que asumimos muchas de nuestras expectativas como si fueran una verdad absoluta, como si fueran un hecho que va a ocurrir (sí o sí).  No nos damos cuenta de que se trata simplemente de una probabilidad y cuando estas no se cumplen nos sentimos frustrados. Por eso, en el budismo se hace tanto hincapié en aprender a dominar nuestras expectativas, en abrirnos realmente al mundo y no anticiparnos de manera expectante porque esto nos lleva a adoptar una actitud poco realista que, a la larga, solo sirve para hacernos daño.

Está comprobado que el cerebro es flexible y podemos cambiar la forma en que la mente se enfrenta a las situaciones difíciles. Como cualquier hábito, pensar en positivo requiere esfuerzo y constancia, pero la recompensa merece la pena. Ser optimista mejora la salud, reduce los niveles de estrés y facilita la consecución de objetivos, lo que en consecuencia contribuye a ser más felices. 



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