sábado, febrero 03, 2018

S.S. Dalai Lama enseña a comprender la mente


¿QUÉ ES LA MENTE?

Uno de los conceptos fundamentales del budismo es el principio de la «originación dependiente». Este principio afirma que todos los fenómenos, tanto las experien­cias subjetivas como los objetos externos, cobran exis­tencia dependiendo de causas y condiciones: nada llega a existir sin ser causado. Dado este principio, es esencial comprender qué es la causalidad y qué tipos de causa existen.

En la literatura budista se mencionan dos gran­des categorías de causación: 
(1) causas externas, que adquieren la forma de objetos y acontecimientos físicos, 
(2) causas internas, como los acontecimientos menta­les y cognitivos.

La razón por la que la comprensión de la causalidad es tan importante en el pensamiento y la práctica budista es que guarda una relación directa con las sensaciones de dolor y placer de los seres inteligentes y el resto de experiencias que dominan sus vidas, las cua­les derivan no únicamente de mecanismos internos sino también de causas y condiciones externas. Así pues, es esencial entender no sólo los mecanismos internos de la causación mental y cognitiva, sino también su relación con el mundo material exterior.

El hecho de que nuestras experiencias internas de do­lor y placer tengan la naturaleza de estados cognitivos y mentales subjetivos es muy obvio para nosotros. Pero la relación entre los acontecimientos subjetivos internos y las circunstancias externas y el mundo material plantea un serio problema. La cuestión de si existe una realidad física externa independiente de la conciencia y la mente de los seres inteligentes ha sido ampliamente debatida por los pensadores budistas. Naturalmente, hay distintas opiniones al respecto entre las varias escuelas filosóficas de pensamiento.

Una de esas escuelas, la Cittamatra, mantiene que no hay ninguna realidad externa, y ni si­quiera objetos externos, y que esencialmente el mundo material que percibimos es una mera proyección de nuestras mentes. Desde muchos puntos de vista, esta conclusión resulta un tanto extrema. Filosóficamente, y de hecho también conceptualmente, parece más cohe­rente mantener una postura que acepte la realidad no sólo del mundo subjetivo de la mente, sino también de los objetos externos del mundo físico. Si examinamos los orígenes de nuestras experiencias internas y de la mate­ria externa, descubriremos que existe una uniformidad fundamental en la naturaleza de su existencia: ambas es­tán gobernadas por los principios de la causalidad.

Tal como ocurre en el mundo interior de los acontecimien­tos mentales y cognitivos, cada momento de experiencia surge de su contínuum anterior y así sucesivamente ad infinitum. De forma similar en el mundo físico cada ob­jeto y cada acontecimiento deben contar con una conti­nuidad precedente que les sirva de causa, a partir de la cual cobrará existencia el momento presente de la ma­teria externa.

En cierta literatura budista, vemos que en términos del origen de su contínuum, el mundo macroscópico de nuestra realidad física puede remontarse a un estado original en el que todas las partículas materiales están condensadas en lo que se conoce como ««partículas es­paciales». Si toda la materia física de nuestro universo macroscópico tiene su origen en tal estado original, en­tonces debemos preguntarnos cómo esas partículas inte­ractúan posteriormente entre sí y evolucionan hasta dar origen a un mundo macroscópico capaz de ejercer una influencia directa sobre las experiencias de placer y do­lor internas de los seres inteligentes.

Para responder a esta pregunta, los budistas recurren a la doctrina del kar­ma, los procesos invisibles de las acciones y sus efectos, que explica cómo esas partículas espaciales inanimadas evolucionan hasta adquirir toda una serie de manifestaciones. Los procesos invisibles de las acciones, o fuerza kár­mica (karma significa ««acción»), se hallan íntimamente relacionados con la motivación de la mente humana que da origen a esas acciones. Así pues, la comprensión de la naturaleza de la mente y su papel es crucial a la hora de entender la experiencia humana y la relación entre la mente y la materia.

La experiencia del día a día nos de­muestra que el estado mental desempeña un papel muy importante en la experiencia cotidiana y el bienestar fí­sico y mental. Si una persona tiene una mente calmada y estable, esto influye sobre su actitud y su comportamien­to en relación con otras personas. En otras palabras, si al­guien es capaz de mantener un estado mental tranquilo, apacible y relajado, el entorno o las condiciones exter­nas sólo podrán afectarlo de una manera muy limitada.

Pero a quien viva en un estado mental de inquietud le re­sultará extremadamente difícil estar tranquilo o alegre incluso cuando se encuentre rodeado de las máximas co­modidades y los mejores amigos. Esto indica que nuestra actitud mental es un factor esencial a la hora de deter­minar nuestra experiencia de la alegría y la felicidad y, en consecuencia, nuestra buena salud. En resumen, podemos decir que hay dos razones por las que es importante entender la naturaleza de la men­te. En primer lugar, porque hay una conexión muy ínti­ma entre la mente y el karma. En segundo lugar, porque nuestro estado mental desempeña un papel crucial en nuestra experiencia de la felicidad y el sufrimiento. Si entender la mente es tan importante, ¿qué es la mente, y cuál es su naturaleza?

La literatura budista, tanto la sutra como la tantra, contiene amplios análisis de la mente y su naturaleza. La tantra, en particular, analiza los distintos niveles de suti­leza de la mente y la conciencia. Los sutras apenas hablan de la relación entre los distintos estados mentales y sus correspondientes estados fisiológicos. La literatura tántrica, en cambio, está llena de referencias a las distin­tas sutilezas de los niveles de conciencia y sus relaciones con estados fisiológicos como los centros de energía vital existentes en el cuerpo, los canales de energía, las ener­gías que fluyen por ellos, etcétera. Los tantras también explican cómo alcanzar distintos estados de consciencia manipulando los factores fisiológicos a través de ciertas prácticas de meditación yóguica.

Según los tantras, la naturaleza fundamental de la mente es esencialmente pura. Esta naturaleza impoluta es llamada técnicamente «luz clara». Las distintas emo­ciones aflictivas, como el deseo, el odio y los celos, son producto del condicionamiento. No son cualidades in­trínsecas de la mente, porque ésta puede ser limpiada de ellas. Cuando esta naturaleza de luz clara de la mente queda velada, o no puede expresar su auténtica esencia debido al condicionamiento de las emociones y los pen­samientos aflictivos, se dice que la persona está atrapada en el ciclo de la existencia, el samsara. Pero cuando, apli­cando las técnicas y prácticas de meditación adecuadas, el individuo experimente de forma plena esta naturale­za de luz clara de la mente libre de la influencia y el con­dicionamiento de los estados aflictivos, habrá dado el primer paso por el camino de la iluminación y la verda­dera liberación.

Por ello, y desde el punto de vista budista, tanto las ataduras como la verdadera libertad dependen de los distintos estados de esta mente de luz clara, y el estado resultante que intentan alcanzar quienes meditan a tra­vés de la aplicación de las distintas técnicas meditativas es uno en el que esta naturaleza fundamental de la men­te se manifiesta en todo su potencial positivo, la ilumi­nación, o el estado de despertar que llamamos budidad. En consecuencia, la comprensión de la luz clara de la mente es esencial en el contexto de la labor espiritual. En general, la mente puede ser definida como una entidad que tiene la naturaleza de la mera experien­cia, es decir, «claridad y conocimiento».

Lo que llama­mos mente es la naturaleza o agencia cognoscitiva, que como tal es inmaterial. Pero dentro de la categoría de la mente también hay niveles toscos, como nuestras per­cepciones sensoriales, que no pueden operar -o ni si­quiera existir- sin depender de órganos físicos como son nuestros sentidos. Y dentro de la categoría de la sex­ta consciencia, la consciencia mental, existen varias di­visiones, o tipos de consciencia mental, que dependen de la base fisiológica, nuestro cerebro, para llegar a exis­tir. Estos tipos de mente no pueden ser entendidos ais­ladamente de sus bases fisiológicas. Y ahora surge una pregunta esencial: ¿cómo es posi­ble que todos estos tipos de acontecimientos cognitivos -las percepciones sensoriales, los estados mentales y de­más- existan y posean esta naturaleza de conocimiento, luminosidad y claridad? Según la ciencia budista de la mente, estos acontecimientos cognitivos poseen la natu­raleza del conocimiento debido a la naturaleza funda­mental de claridad implícita en todos ellos.

Esto es lo que he descrito antes como la naturaleza fundamental de la mente, su naturaleza de luz clara. Así pues, cuando en la literatura budista se describen los distintos estados mentales, siempre se encontrarán discusiones de los di­ferentes tipos de condiciones que dan origen a los acon­tecimientos cognitivos. Por ejemplo, en el caso de las percepciones sensoriales, los objetos externos sirven de objetivo, o condición causal; el momento de conciencia inmediatamente anterior es la condición inmediata, y el órgano sensorial es la condición fisiológica o dominan­te.

Experiencias como la percepción sensorial siempre se basan en la agregación de estas tres condiciones: la cau­sal, la inmediata y la fisiológica. Otra peculiaridad de la mente es que posee la capacidad de observarse a sí mis­ma y autoexaminarse, lleva mucho tiempo siendo una cuestión filosófica de gran importancia. En general, la mente puede observarse a sí misma de distintas maneras. Por ejemplo, en el caso de que se examine una expe­riencia pasada, como cosas que ocurrieron ayer, lo que hacemos es recordar esa experiencia y examinar el re­cuerdo que de ella tenemos, por lo que el problema no se plantea. Pero también tenemos experiencias durante las cuales la mente observadora cobra conciencia de sí misma mientras todavía se halla sumida en su experien­cia observada. En este caso, y debido a que tanto la men­te observadora como los estados mentales observados es­tán presentes al mismo tiempo, no podemos explicar el fenómeno de que la mente cobre conciencia de sí misma y sea simultáneamente objeto y sujeto recurriendo al fac­tor del tiempo transcurrido.

Por ello es importante entender que cuando habla­mos de la mente, estamos hablando de una red alta­mente compleja de distintos acontecimientos y estados mentales. Las propiedades introspectivas de la mente, por ejemplo, nos permiten observar qué pensamientos se hallan presentes en ella en un momento dado, qué objetos contiene, qué clase de intenciones albergamos, etcétera. En un estado meditativo, por ejemplo, cuando cultivamos una sola orientación de la mente, aplicamos constantemente la facultad introspectiva de analizar si la atención mental está totalmente concentrada en el obje­to, si hay alguna laxitud presente y si nos hemos distraí­do. En esta situación estamos aplicando varios factores mentales, y no es como si una sola mente se examinase a sí misma. De hecho, lo que hacemos es aplicar varios ti­pos de factores mentales para examinarla.

La pregunta de si un solo estado mental puede ob­servarse y examinarse a sí mismo o no, ha sido muy importante y difícil de responder para la ciencia budista de la mente. Algunos pensadores budistas han mantenido que existe una facultad de la mente llamada «autocon­ciencia». Podría decirse que se trata de una facultad aperceptiva de la mente capaz de observarse a sí misma. De todas formas el tema ha sido muy debatido. Quienes mantienen que existe tal facultad aperceptiva distinguen dos aspectos dentro del acontecimiento mental, o cog­nitivo. Uno de ellos es externo y está orientado hacia el objeto, en el sentido de que existe una dualidad de suje­to y objeto; mientras que el otro es de naturaleza intros­pectiva, y es dicha naturaleza la que permite que la men­te se observe a sí misma. La existencia de esta facultad aperceptiva de autoconocerse ha sido muy discutida, es­pecialmente por la escuela de pensamiento filosófico bu­dista de la Prasangika.

En nuestras experiencias cotidianas podemos obser­var que, especialmente al nivel más tosco, nuestra men­te está interrelacionada con los estados fisiológicos del cuerpo y depende de ellos. Al igual que nuestro estado mental, deprimido o alegre, afecta a nuestra salud física, nuestro estado físico también afecta a nuestra mente.

Como he dicho antes, la literatura tántrica menciona varios centros de energía presentes en el cuerpo que creo pueden tener una cierta conexión con lo que algu­nos neurobiólogos llaman el segundo cerebro, el sistema inmunitario. Estos centros de energía desempeñan un papel esencial a la hora de incrementar o reducir los dis­tintos estados emocionales existentes en la mente. La re­lación íntima entre la mente y el cuerpo, y la existencia de esos centros fisiológicos especiales en nuestro cuerpo, es lo que permite que los ejercicios físicos del yoga y la aplicación de técnicas especiales de meditación dirigidas a entrenar la mente puedan tener efectos positivos sobre la salud. Se ha demostrado, por ejemplo, que, aplicando las técnicas meditativas adecuadas, podemos controlar nuestra respiración y aumentar o disminuir nuestra tem­peratura corporal.

Además, y de la misma manera en que podemos apli­car distintas técnicas meditativas durante el estado de vigilia, también, basándonos en el entendimiento de la sutil relación entre la mente y el cuerpo, podemos practicar distintos tipos de meditación mientras nos encon­tramos en los estados oníricos. La implicación del po­tencial de tales prácticas es que, a cierto nivel, es posible separar los niveles toscos de la conciencia de los crasos estados físicos y acceder a un nivel más sutil de la mente y el cuerpo. En otras palabras, podemos separar la men­te de la burda envoltura del cuerpo físico. 

Somos capa­ces, por ejemplo, de separar la mente del cuerpo duran­te el sueño y hacer algún trabajo extra que no podemos realizar con el cuerpo mundano. Esto indica que existe un estrecho vínculo entre el cuerpo y la mente, y que pueden ser complementarios. Teniendo en cuenta todo esto, me alegro de que algu­nos científicos estén empezando a investigar la rela­ción mente/cuerpo y sus implicaciones para la com­prensión de la naturaleza del bienestar mental y físico. Mi viejo amigo el doctor Benson Herbert Benson, mé­dico y profesor de medicina en la facultad de Medicina de Harvard), por ejemplo, ya lleva años experimentando con meditadores budistas tibetanos. Investigaciones similares están siendo llevadas a cabo en otros países. A juzgar por lo que hemos descubierto hasta el momen­to, creo que todavía queda mucho por hacer en el fu­turo.

A medida que los conocimientos que obtenemos de tales investigaciones vayan acumulándose, estoy seguro de que nuestra comprensión de la mente y el cuerpo, así como de la salud mental y física, se verá considerable­mente enriquecida. Ciertos estudiosos contemporáneos consideran que el budismo no es una religión sino una ciencia de la mente, y parece haber cierto fundamento para tal afirmación.

S.S. Dalai Lama
Primera Parte
La dimensión Espiritual
Capitulo 3



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