Para empezar, podemos dividir cada tipo de felicidad y sufrimiento en dos categorías principales: mental y física. De las dos, la mente es la que ejerce una mayor influencia en la mayoría de nosotros. Exceptuando aquellas situaciones en las que nos encontramos gravemente enfermos o sin cobertura para las más básicas necesidades, nuestra condición física desempeña un papel secundario en la vida. Si el cuerpo está satisfecho, virtualmente lo ignoramos.
Debemos empezar removiendo los mayores obstáculos de la compasión: el enfado y el odio. Como todos sabemos, son unas emociones extremadamente poderosas y pueden dominar nuestra mente por entero. De todas formas, podemos llegar a controlarlas. Sin embargo, si no dominamos estas emociones negativas, nos perseguirán como una plaga sin ningún esfuerzo extra por su parte e impedirán nuestra conquista de la felicidad de una mente con amor. Por ello, para empezar es útil investigar el valor del enfado. A veces, cuando nos desanimamos ante una situación difícil, el enfado parece útil, parece que nos reporta una mayor energía, confianza y determinación. Aquí, sin embargo, debemos examinar nuestro estado mental cuidadosamente.
Mientras es cierto que el enfado proporciona una energía extra, si exploramos la naturaleza de esta energía, descubriremos que es ciega; no podemos estar seguros de si el resultado será positivo o negativo. Eso es porque el enfado eclipsa la mejor parte de nuestro cerebro: su racionalidad. Así, la energía de la ira es casi siempre poco fiable. Puede causar una gran cantidad de conducta destructiva, desafortunada. Además, si el enojo llega a ser extremo, uno se convierte en un loco actuando de forma tan perjudicial para sí mismo como para los demás.
Es posible, sin embargo, desarrollar una energía igualmente poderosa pero mucho más controlada con la que manejar las vibraciones difíciles. Esta energía más controlada proviene no sólo de una actitud compasiva sino también de la razón y de la paciencia. Éstos son los antídotos más poderosos contra el enfado. Por desgracia mucha gente prejuzga estas cualidades como síntomas de debilidad. Creo, en cambio, que lo contrario es cierto: son signos auténticos de fuerza interior.
La compasión es por su propia naturaleza gentil, pacífica y suave, pero también muy poderosa. Son los que fácilmente pierden la paciencia quienes son inseguros e inestables. Por todo ello, para mí, el surgimiento del enfado es un signo inequívoco de debilidad. Así, cuando surge un problema, tratas de permanecer humilde y mantener una actitud sincera, preocupándote de que la solución sea justa.
Desde luego, otros pueden intentar aprovecharse de ti y si el hecho de que tú mantengas una actitud de desapego sirve sólo para provocar una agresión injusta, en ese caso adopta una postura firme. Esto último debe ser hecho con compasión y, si es necesario expresar tus puntos de vista y tomar medidas extremas, hazlo, pero sin enfado ni malicia.
Debes darte cuenta de que aun cuando parezca que tus adversarios te están haciendo daño, al final su actitud destructiva sólo les perjudicará a ellos. A fin de controlar nuestro impulso egoísta de devolverles el daño recibido, debemos acordarnos de nuestro deseo de practicar compasión y asumir la responsabilidad de ayudar a prevenir que la otra persona sufra las consecuencias de sus actos.
Así, debido a que han sido elegidas con calma y reflexión, las medidas que empleemos serán más efectivas, adecuadas y poderosas. La venganza basada en la ciega energía del enfado rara vez da en el blanco. Cada uno aspira a una vida feliz y no quiere desgracias ni sufrimientos. Pues se puede superar los sufrimientos y llegar a la felicidad. La fuente suprema de la felicidad se debe buscarla dentro de uno mismo. Sentirse contento es en gran medida una cuestión "de tu propia actitud mental".
Si sigues siendo una persona honesta y sincera respecto a lo que sientes, puedes encontrar la felicidad "sin importar cuál sea la situación del entorno" Vivir en paz significa estar bien consigo mismo y con el mundo.
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